diumenge, 8 de febrer del 2009

ALBARRACÍN


Nada hace presagiar al viajero que detrás de aquella cerrada curva, que discurre a orillas de un manso río, se halla Albarracín, una de las más ensoñadoras villas del viejo Aragón. Abrazada como está por el Guadalaviar, encaramada a un peñasco al que cuesta modelar, Albarracín ha sorprendido al tiempo y hoy se conserva igual que en el siglo XVII, cuando la historia quiso que empezara su decadencia.


Tiempo atrás Albarracín había desafiado a todos los pueblos de su alrededor. Fue en el siglo X cuando en este núcleo musulmán se instaló la familia bereber Banu Razín, cuya notoriedad iría ligada de por vida al devenir del pueblo.
Los Razín proclamaron su independencia e hicieron de Albarracín una taifa que duró más de un siglo. Este carácter indómito e independentista no se borraría con los años. Al contrario, la taifa fue la última, junto a Zaragoza, en claudicar ante las dinastías almorávides. Pero la historia no se para ahí. Desaparecida la dominación árabe, un caballero de nombre Pedro Ruiz de Azagra, de Navarra, se hizo con Albarracín convirtiéndola en un fuerte acordonado por una muralla que aún se conserva en perfectas condiciones.

Azagra rompió relaciones con Aragón y Castilla. Sus sucesores gobernaron como señores feudales hasta bien entrado el siglo XVI. Entonces, la historia recriminó a Albarracín su carácter indómito y la castigó con el ostracismo.
EL PASADO.
Pero ya era tarde. Albarracín se había hecho con un perfil tan inconfundible y original como bello. Todo lo que fue lo puede ahora admirar el viajero. Este pueblo está recorrido por una muralla que parece la cola de un animal mitológico. De la época de Banu Razín aún siguen en pie las torres del Agua y la del Aguador, reparadas durante el mandato de esta familia. De la posterior época feudal todavía se conserva la Torre de doña Blanca, a la que asocian con ciertas leyendas oníricas. Hay quien cuenta que Blanca de Aragón murió de pena y tristeza en aquella fría torre. Aún hoy, en las noches de luna llena, se dice que su alma baja a las orillas del Guadalaviar, donde se baña su espíritu.
Esta ciudad de sombras se hace más densa en las gélidas noches de invierno. Es entonces cuando Albarracín cobra su mayor encanto: las luces que la iluminan adoptan formas que bien merecen ser rescatadas en la cámara fotográfica del viajero. Los arquitectos que la diseñaron desafiaron las leyes más elementales de la física. Sólo con una extraordinaria imaginación se puede intuir cómo muchas casas siguen aún en pie.

Las grandes rejas de los ventanales, las aldabas con formas de salamandra, los anchos voladizos de las casas solariegas le confieren unas peculiaridades que raras veces pueden contemplarse en otros sitios de la España peninsular. Desde la Plaza Mayor se accede por una calle estrecha, de extraordinaria belleza mística, a la catedral del Salvador, que en su interior conserva numerosas piezas de imaginería de incalculable valor. Destaca en ésta su altar mayor, al que ensalzan como cumbre del arte aragonés. Al lado se ubica el palacio episcopal, del siglo XVII. En su planta noble, que ha sido recientemente restaurada por los alumnos de la Escuela Taller, se encuentra el museo diocesano.
CIUDAD SEÑORIAL.
En una pausada visita por las dependencias de los obispos de Albarracín, el viajero admirará el grupo de siete tapices que narran la vida de Gedeón. De vuelta a las recoletas plazas que salpican la población, el viajero puede subir hasta el cercano barrio de San Juan, desde donde se pueden admirar bellas vistas de esta señorial ciudad.
Por las intrincadas calles que suben a las partes altas del pueblo, por escaleras que aún conservan las láminas de madera envejecida de otros años, sorprende el juego de terrazas y anchas balconadas que se acomodan en cualquier peldaño sólido que encuentran en las fachadas. Al caer el día, el entramado urbano de Albarracín se hace inefable. El vecino del lugar, generoso como pocos, muestra orgulloso algunos rincones del pueblo que pasan desapercibidos a los ojos del visitante. La iglesia de Santiago, enfrente de la Casa de Santiago que en otro tiempo perteneció a esta Orden de Caballeros, atesora escondrijos que bien merecen una tranquila visita.
Este gran conjunto histórico-artístico, al que quieren considerar Patrimonio de la Humanidad, muestra también un bello convento en honor a San Esteban y San Bruno, situado en la vega, y al que los lugareños suelen visitar con asiduidad guiados por las bondades de estos santos varones.
Sólo a cuatro kilómetros de Albarracín, por la llamada carretera de Bezas, de agreste vegetación, se encuentra el Parque Cultural del Arte Rupestre. Bien merece una caminata. El parque muestra más de 20 abrigos en la roca donde se aprecia uno de los más destacados artes rupestres levantinos.
El viajero llegará al parque sin ningún problema, la señalización es correcta. Una guía asesora de los pasos que hay que dar hasta llegar a estos antiguos abrigos que fueron habitados en el epipaleolítico, 7.000 años antes de Cristo. El viajero puede perderse por los poblachos que se acomodan en las suaves laderas de los Montes Universales, seguir el cauce del Tajo hasta su nacimiento en estas serranías o introducirse en otros pueblos de gran belleza monumental como Orihuela de Tremendal, donde destaca su conjunto monumental de iglesias y palacios.
Una veintena de pueblos rodean al bello Albarracín en toda la comarca de la serranía. Aparte de visitar Teruel, la capital de la provincia, y admirar el legado mudéjar que invade sus calles y plazas, el viajero puede deleitarse con el paisaje que ofrece el término municipal de Saldón, donde se conserva una masa de sabinares que está considerada como uno de los tesoros botánicos más importantes de la Península Ibérica.
GASTRONOMIA.

Recios platos para una tierra que en invierno debe resistir los rigores de una fría estación. Destaca, por encima de todo, la originalidad de sus platos, un buen ejempo de ello son las migas con uvas. Esta exquisita especialidad puede degustarse en la mayoría de los restaurantes que hay en Albarracín. Otros platos suculentos se cocinan a base de frescas carnes, como la caldereta o el ternasco al horno.
VISITAS ALTERNATIVAS.

El viajero no debe dejar de acercarse a la bella localidad de Ródenas, que se encuentra a muy pocos kilómetros de Albarracín, al norte. Es en esta población donde los colores urbanos adquieren todo su esplendor. Sus casas son rojizas y amoratadas y constituyen de por sí una oportunidad única para observar cómo los vecinos de un pueblo han sido capaces de crear su propia cultura urbana. Con todo, cualquier visita quedaría insípida si el viajero no aprovechase para pasear por la cuenca del río Guadalaviar, sobre todo por la parte en que acomoda sus orillas a la quilla rocosa que se alza con Albarracín. En la actualidad, el municipio ha hecho sobre ella un bello paseo, dotado con zonas recreativas y hermosos jardines que invitan al viajero al paseo relajado. El visitante lo reconocerá de inmediato: se sabrá en uno de los más bellos rincones de esta vasta y contrastada España.
DORMIR.

El carácter turístico de la villa de Albarracín ha hecho florecer en los últimos años un buen número de negocios de restauración y hostelería de gran calidad. En esta población, a la que se puede acceder en cualquier época del año, hay buenos hoteles. La zona tiene una buena red de alojamiento de turismo rural. Para más información contactar con la Asociación de Turismo Rural Sierra de Albarracín. Teléfono de la central de reservas: 978-70 12 66.

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